A veces hago el ridículo por escuchar.
Por ejemplo, cuando me cuentan una idea loca en plan sarcástico, y yo me quedo pensando cómo se podría llevar a la práctica.
Pero prefiero hacer el ridículo por escuchar, que hacerlo por no escuchar.
Esto lo he visto muchas veces, y procuro que no me pase a mí.
Por ejemplo, alguien con un cargo elevado tiene una idea y ordena que se ejecute.
Los «de abajo» comentan que no les parece bien, e intentan aportar su punto de vista.
El «de arriba», pensando que quieren cuestionar su autoridad, les corta y pide que hagan lo que ha dicho, sin protestar.
Al final se ejecuta su idea, aunque sea una mierda.
El «de arriba» ha marcado su territorio como los perros, pero el daño ya está hecho:
- Se han hecho las cosas mal, cuando había soluciones mejores.
- Los «de abajo» se han sentido despreciados, y evitarán aportar ideas en el futuro.
La conclusión es que se ha producido una situación ridícula, sin motivo.
Simplemente por una lucha por defender un ego, que seguramente nunca había sido amenazado.
Por eso hay que analizar cualquier idea, reconocerla, y animar a seguir aportando.
Aunque la idea no se ejecute.
Sobre todo, si se rechaza, debe darse alguna explicación.
Ni siquiera hay que dar detalles.
Basta con decir que se valora la voluntad de aportar ideas, pero que en este caso hay motivos fundados para hacer las cosas de otra manera.
Esta respuesta puede servir incluso cuando sabes que la persona está dando ideas contrarias solo para cuestionar la autoridad del «de arriba».
Hay que ser diplomático, porque en el mantenimiento industrial no queremos que nadie esté motivado para sabotear nuestro trabajo.
La mentalidad, en el mantenimiento industrial, es compleja.
Se aprende con la experiencia.
Por suerte, hay otra parte mucho más fácil de resolver.
Se trata de la planificación del trabajo.
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