Aparqué el coche.
Hacía unos cinco meses que había aprobado el examen de conducir.
Conducía un viejo Seat Ibiza de mi jefe.
Había quedado con un grupo en el Museo de la Ciencia de Barcelona.
Mientras les esperaba, tuve un presentimiento.
Sentí que mi coche no estaba seguro en ese lugar.
Decidí moverlo para dejarlo más cerca del museo.
Justo al bajar de la acera, frente al morro de mi coche aparcado, oí un ruido.
Me giré, y vi un coche volando.
Estaba a un metro del suelo.
A unos 30 metros de mi.
Chocó contra los coches aparcados.
Saltaron trozos por el aire.
Un coche golpeó a otro.
El otro chocó contra el siguiente.
Habían unos cinco coches hasta llegar a mí.
Pensé que el efecto en cadena podía alcanzarme.
Ya está.
Lo siguiente que recuerdo es que yo estaba con una mano sobre el morro de mi coche, y la otra sobre el maletero del coche de delante.
Mis pies estaban ligeramente separados del suelo.
Sentía un calambre desde los muslos hasta los pies.
Un dolor diferente a todo lo que había sentido en mi vida.
Miré hacia mis piernas, temiendo que no estuvieran ahí.
Todo parecía en su sitio.
Tenía un poco de sangre en la espinilla derecha.
Parecía que no había nadie alrededor.
Me sentí más solo que nunca.
Así que grité.
No tanto por el dolor, sino para que alguien me oyera y me ayudara.
Me fui dejando caer al suelo como pude.
Empezó a venir gente.
Nadie sabía a quien llamar.
Estuve a punto de sacar mi teléfono para llamar yo mismo a urgencias.
Al final alguien consiguió llamar a la policía, y en pocos minutos llegó la ambulancia.
Era la primera vez que me llevaban en ambulancia, con las sirenas puestas.
Hospital, radiografías (qué dolor para colocarme en la mesa)…
No llegué a romperme nada.
Fue un golpe fuerte.
Lo confirmaba el círculo negro que dejó el tubo de escape del coche de delante en la zona del gemelo de mis pantalones.
También mi jefe, que cuando fue a recoger su coche al depósito de la policía, no podía creer que la viga delantera estuviera doblada y mis huesos no.
Cinco días en cama y unos cuantos de rehabilitación, y las piernas fueron de nuevo usables.
Aunque la rodilla ha quedado suelta para siempre.
Se me ha salido unas cuantas veces.
Ya la tengo controlada.
Sé lo que hacer para que no se repita.
Pero…
¿Por qué te cuento esto?
Porque en la cama del hospital, pensando en que podía haberme quedado sin piernas, hice muchas reflexiones.
Una de ellas es que no quería depender de mi cuerpo para trabajar.
No quería verme con más de 60 años teniendo que estar pasando frío o calor, levantando peso…
Quería vivir de mi conocimiento.
Creo que a partir de ahí me obsesioné con saber de todo.
Cada vez más.
Nunca me sentía realmente preparado para hacer nada.
Aunque lo hacía.
Y no solo eso.
Lo hacía mejor que los demás.
Resolvía situaciones que otros no habían podido.
Aun así, seguía dudando de mí mismo.
Todavía sigo.
Saber mucho sobre algo parece una virtud.
Aunque a veces es una debilidad.
Cuanto más sé, más consciente soy de lo que me falta por saber.
¿Sabes cuál es la última obsesión que me ha entrado?
Estoy preparando el curso sobre esquemas eléctricos…
Y ya leo esquemas sin dificultad.
Incluso he formado a muchas personas en este tema.
Lo tengo dominado.
Aun así…
No es suficiente para mí.
Así que me he puesto a leer las normas sobre esquemas eléctricos.
He aprendido lo que significa el signo > en una referencia.
Nunca lo he visto en un esquema real.
Pero lo he aprendido.
Por eso estoy seguro de que el curso va a ser la hostia.
Incluso para personas que leen esquemas sin problemas.
Seguramente tendré dudas de si podía haberlo hecho mejor.
Siempre me pasa.
Lo tengo asumido.
Lo bueno es que no es mi primer curso.
Ni el segundo.
Creo que he hecho casi 40 cursos online.
Tengo confianza.
Así que si te digo que el curso es la bomba, no voy de sobrado.
Estoy seguro.
Las dudas que me quedan son fruto de mi obsesión.
Igual debería ir a terapia.
O igual esa obsesión me ayuda, siempre que no me paralice.
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